Herederas del Mal

Herederas del Mal

por Erica Baum


Clarita
Cuando Clarita tenía quince años, conoció a Enrique en una reunión social que se llevó a cabo en la casa de las tías de su papá para recibir al alcalde del pueblo. Clarita, hija única, fue a la fiesta junto con sus padres. Llevaba un vestido con dos faldones por debajo, uno de seda y otro de tul armado. Su madre le había anudado un lazo anaranjado en la cintura con todo esmero, para que su moño no quedara ni muy grande, ni muy caído. Clarita no estaba acostumbrada a ese tipo de eventos así que, siguiendo las instrucciones de su santa madre, guardó silencio y sonrió todo el tiempo sin mostrar los dientes ni la lengua (esas habían sido las indicaciones). Su padre, don Alberto, vestía un traje color crema, con camisa blanca y chaleco con pañuelo de seda haciendo juego. Don Alberto se acercaba a los invitados, extendía su mano, hacía un ademán de cortesía con su cabeza y su mujer, Elvira, y Clarita, dos pasos más atrás, acompañaban su gesto. Luego del almuerzo, los invitados se dispersaron por el parque de la casa de las tías y Clarita, de repente, quedó parada junto a un farol del jardín. Fue en ese momento, cuando conoció a Enrique. Él la saludo, al tiempo que tomó su mano izquierda para besarla y ella enmudeció y sus mejillas se pusieron moradas. Enrique era diez años mayor que ella, alto, de ojos color almendra y cejas espesas que le daban un aire de bonachón. Le propuso a Clarita caminar por el parque y ella, tomándolo por el codo, accedió. Fue así como se conocieron, un 20 de abril de 1893. La desgracia tocó a la puerta de Clarita el día que supo que no podría tener hijos. Amaba a Enrique y no quería ocultarle semejante defecto de la naturaleza porque creía que, de ese modo, él la consideraría indigna y la haría la mujer más ornamentada del mundo. Con algo de suspicacia, y un poco de dinero, Clarita intentó probar suerte lejos del pueblo con otro hombre para corroborar si era ella o era Enrique el mal nacido; con tanta mala suerte que, a los nueve meses, tuvo una bella criatura a la que apodó Milagro.

Milagro
Enrique y Clarita criaron a Milagro como a una princesa. Siendo hija única la consintieron en sus gustos y le mostraron las bellezas del mundo. Al contrario de sus amigas, que no conocían más que los límites de su ciudad natal, Milagro con diecisiete años ya había visitado Roma, Buenos Aires y París; siempre junto con sus amorosos padres. Enrique era celoso de dejar sola a su hija, puesto que consideraba que los ojos azulados de Milagro eran hipnóticos –tono que él no podía identificar de qué antecesor habría heredado. Fue en un viaje en barco, con destino a San Pablo, cuando Milagro conoció a Esteban. Mientras sus padres miraban por la proa, ella observaba como se alejaba el barco de la costa con su capelina blanca atada por detrás de sus orejas. Esteban vestía bermudas, camisa blanca arremangada y una boina marrón por la que asomaba su flequillo rubio. Milagro le echó un vistazo, de arriba hacia abajo, y él le propuso jugar a ver quién encontraba más aves en el cielo. Desde ese momento, inolvidable, quedaron enamorados entre sí y, al regresar a Uruguay decidieron celebrar su boda, el 15 de febrero de 1935, en una casa de estilo colonial, cerca de la playa, para conmemorar su encuentro en la vida. Los primeros tres años de matrimonio, Milagro y Esteban se dedicaron a viajar y a traer telas de otros países para vender en su ciudad. Cada día que pasaba, Milagro se sentía más enamorada de Esteban y él le correspondía con increíbles detalles que alegraban su alma. Hasta que Milagro se dio cuenta, con el correr del tiempo, que no quedaba embarazada. Eso la puso muy triste, porque sintió que Esteban, si se enteraba, la abandonaría para siempre. Fue entonces cuando Milagro consultó con una comadre que le aseguró ver luz en su aura y le concertó una cita secreta con un hombre de color, oriundo del Portugal; quien, tras vendarle los ojos y desvestirla, la sometió a la prueba de la fertilidad, con tanta mala suerte que a los nueve meses Milagro dio a luz una bella criatura de tez mulata a la que llamó Victoria.
Victoria
Esteban y Milagro se radicaron junto a su única hija, Victoria, en lo que años más tarde se conoció como Ciudad del Este, Paraguay. Victoria tenía un espíritu alegre y un corazón de dar inagotable. Esteban no lograba determinar de quién habría heredado esa virtud su hija, a quien amaba entrañablemente y por quien era capaz de matar. Al cumplir veinticuatro años, Victoria se mudó a Rosario, Argentina. Fue allí donde conoció a Ernesto, un 24 de noviembre de 1982, en una feria popular que se llevó a cabo en la rambla que da frente al monumento a la bandera. Victoria tenía puestos unos jeans nevados ajustados y un corseé blanco con lunares verdes. Ernesto, en el tumulto de gente, apareció detrás de Victoria y la tomó por la cintura. Victoria, sin mediar palabra, apretó el brazo de Ernesto con su mano y luego se fueron caminando, entre la gente, río abajo, hasta llegar a la orilla. Conversaron por horas y se besaron intensamente. Así sellaron su amor y continuaron su vida juntos. Victoria y Ernesto decidieron no tener hijos hasta tanto terminaran sus estudios y tomaron todos los recaudos al respecto. Con el correr del tiempo, Victoria, asentada en su profesión de psicóloga, y Ernesto, establecido como director de una fábrica de cerámicas, creyeron que era momento oportuno para ampliar la familia y dejaron de cuidarse. Buscaron por meses y años sin éxito. Y, aunque se amaban profundamente, la imposibilidad de tener hijos se había convertido en una suerte de eterno día gris entre ellos. Entonces Victoria se sometió a unos estudios de fertilidad corroborando, para su sorpresa, que no tenía ningún inconveniente; razón por la cual decidió que lo mejor sería concurrir a un banco de espermas sin que Ernesto supiera, para no ofender su orgullo de hombre. De ese modo, Victoria dio a luz a un niño con ojos verdes rasgados y piel morena a quien llamó Salvador.
Después de todo, para Clarita, Milagro y Victoria “no hubo mal que durase cien años”. Según dice la leyenda, Salvador se enamoró de Juan Manuel y juntos adoptaron a una hermosa niña taiwanesa a la bautizaron con el nombre de Elvira.
 

LP 21/01/16

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