La Madre del Sur

 La Madre del Sur

Por Erica Baum


Desanclaban.

Recorrían las vías marítimas
/del desencuentro/
que anhelaba
celestes intensos
de un cielo abierto
imperfecto
como un rostro marcado
después de una gresca
de madrugada
que añoraba
llegar a su pueblo
de gente ignorante
que tomaba el veneno
de un líder sin alma,
subido del infierno
/llagado,
sin habla,
sin ojos,
y sin sueños/
que hechizaba corazones
que latían sin tempo.

Se agitaban muy alto
banderines al viento
señal de un destino
de un rumbo incierto.
Se detenían contentos
los niños al verlos.

Y alzaban sus brazos
lejos del suelo,
que olía a podrido:
mezcla de arena, de sangre y de magnesio
que arrastran las olas,
porque finalmente eran ricos.

Y parpadeaban sus pestañas
de salitre azulino
iluminando sus retinas
con un día divino,
que traería el descanso
tan merecido.

Se escucharon sirenas,
se acercaron vecinos,
el tiempo era propicio
y el desembarco fue genuino.

Su estampa deslumbró
por su silencio y su brillo.

Caminó etérea,
entre redes y políticos.

¡No es real!

Gritó un niño.

Se abrió camino.

Llegó a la orilla y saludó.

Luego se elevó y flotó sin destino,
hasta el infinito.

Los cuerpos cayeron extasiados al piso
Y contemplaron el fenómeno
con asombro exquisito.

Tres siglos después
adquiere sentido: 
no fue un mito, ni un milagro divino.

Fue real,
su anclaje amarillo.

El pueblo lleva su nombre.
La Madre del Sur.


Ilustración: Jo Jayson

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