Toro

Toro

por Erica Baum




La Dorada, 22 de septiembre de 1990

 

¡Tomás, querido!

No sabes todo lo que tengo para contarte… Ni siquiera sabría por dónde comenzar. ¿Recordás el fitito azul, que usábamos para salir, en nuestra época de secundaria? No sé si recordarás, pero ese autito era de mi hermano, Pedro, que era dos años más grande que nosotros y que ya estaba en la facultad. Bueno, resulta que Pedro se casó con Rosita, una chica de Villa Avestruz que estudiaba veterinaria y decidió irse a vivir al campo con ella. Lógicamente, se fueron al pueblo en el catafalco azul, con tanta mala suerte que, a mitad de camino, se les cruzó un toro, mi hermano hizo una maniobra para evitarlo, el toro le clavó los cuernos sobre el capó y Rosita salió despedida hacia la banquina. ¡Pensar que con el fito nos fuimos una tarde, con vos y dos chicas, hasta la laguna El Venado! ¡No teníamos un mango…! Me acuerdo que hicimos un picnic al costado de la laguna y las chicas nos empujaron al agua con ropa… ¿Recordás, que para no pudrirle el tapizado a Pedrito nos quedamos una noche a dormir allá y que al día siguiente mi hermano me agarró del cogote y nunca más volví a subirme al fito? Bueno, Toto, no sé si tu memoria se extiende tanto, pero… te juro que lo de Rosita fue un golpe bajo para toda la familia. Mi hermano pudo arreglar el auto, incluso tiene los cuernos del toro colgados en el comedor de su casa, pero lo de Rosita es… fuera de serie. ¡Cómo decirte! Después de haber estado internada dos meses seguidos, con lesiones en el cráneo y en las costillas, estuvo un mes más rehabilitándose en el hospital. Mi hermano la iba a visitar todos los días, pero ella no lo reconocía. Había perdido por completo la memoria y, cuando comenzó a recuperarse, es decir, cuando ya pudo caminar, expresarse y salir a la calle le dijo a Pedrito, palabra más, palabra menos: “quizás seas una buena persona, porque me cuidas y estas a mi lado; quizás estemos casados, como vos decís, pero yo, María Rosa Torres soy soberana”. Mi hermano, con los huevos hinchados de tanta desgracia, nos cuenta que la miró atónito y que no le dio un sopapo porque estaba a su lado un enfermero. ¡No sabes qué delirio ha sido todo desde entonces, Toto, querido! Mi hermano comenzó a hablar con los animales… dice que de los cuernos del toro que tiene en su casa salen mensajes sobre Rosita. En fin, no te aburro más, no hay nada que podamos hacer con Pedrito, es inofensivo, no pasa de un chifle, nomas.
A todo esto, Toto, te escribo, porque con mis viejos decidimos vender el fitito, para ver si se corta la racha de Pedrín. Sabemos que no vale mucho, pero quizás podríamos sacar unos mangos como auto de colección, ¿viste que ahora todo lo vintage tiene valor? Bueno, Toto, fíjate si nos podes dar una mano, no conocemos agencieros y necesitamos contar con alguien de confianza para deshacernos del catafalco azul.

Abrazo fraterno,
Ernesto

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